La temporada sevillana ya ha dado el pistoletazo de salida. Con la corrida del Domingo de Resurrección se alzó el telón de los toros en la ciudad hispalense. Y lo hizo con un cartel especial, pues después de dos años de ausencia por motivos personales, volvieron las figuras a trenzar el paseíllo en ese albero tan especial del Coso del Baratillo. Y entre esas figuras, una con especial predilección por Sevilla y por su afición: Morante de la Puebla. El tan carismático como llamativo torero andaluz volvió con ganas a la que siempre ha sido su plaza.
Y quiso responder como es debido. Yo diría –y es una opinión muy personal– que con más ganas y predisposición que de las que acostumbra en sus últimas temporadas. ¡Si hasta se despeinó! Y mira que eso en Morante... Y la cosa no iba mal del todo: con el primero dejó un buen saludo capotero tan propio de él, y con el segundo, que fue de sudar más la gota gorda, tres cuartos de lo mismo y algo más con la muleta. Todo con esa torería añeja y tan cargada de personalidad. Algunos pensaban que esa segunda faena iba encaminada a firmar la paz con Sevilla y a cortar una oreja, al menos. Pero... ¡ah, amigo! En esto del toro se pasa del cielo al infierno en un suspiro. Llegó la hora de matar y entonces todo se derrumbó como un castillo de naipes. Primero, estoqueó rematadamente mal, yéndose de la suerte y dejando un espadazo lamentable que hizo que el toro no doblara. Tocaba descabellar, pues, y en este capítulo la cosa tampoco mejoró.
Morante pasó las de Caín y la tarea se le complicó hasta el punto de escuchar, primero, un aviso, al momento el siguiente, y la guinda fue el tercero. En un ambiente de tragicomedia griega y con cierta cara de haber visto a un venusiano, los aficionados sevillanos no dieron crédito. Parecía mentira..., pero no. Un toro al corral, en Sevilla y en pleno Domingo de Resurrección. Casi ná para el cuerpo. Algunos decían que esto solo le podía pasar a Morante. Y en parte no les faltaba razón. Y como este torero es tan..., digamos, especial, ni corto ni perezoso después de los tres avisos salió a saludar al tercio. La afición se dividió entre los aplausos y los pitos. Sus más fervientes seguidores justifican todavía hoy los tres avisos como si no tuvieran importancia, pero la realidad es que eso es una deshonra y vergüenza para cualquier torero. Morante incluido.