Donde hay patrón

Juan Albendea
-

Una de las figuras más importantes de los desfiles procesionales es la del capataz, ya que consiguen que cada paso camine de manera única al aunar el esfuerzo titánico de varias decenas de banceros.

Donde hay patrón - Foto: REYES MARTINEZ

Cuando se abren las puertas del templo y comienza la procesión la ciudad calla, escuchándose cada vez menos la música de alguna banda. Solo hay una voz que destaca por encima del resto, con el eco de quien repite sus órdenes para tenerlas más claras, pues nadie se atreve siquiera a respirar demasiado alto. A brazo. Abajo. Más. Cuidado. Adelante. Estamos fuera. A brazo. A hombro. Después, un gesto de complicidad con el puntal, dos toques de horquilla contra banzo y a caminar.

El capataz de banceros lleva sobre sus hombros, metafóricamente, el peso del paso y la responsabilidad de la procesión. Entre 12 y 66 personas corren un riesgo físico real si mide mal dos hombros o toma una mala decisión. Y entre cientos y miles de ojos juzgarán cómo se ha visto y sentido el desfile desde la calle: si el paso iba torcido, si parecía que caminaba, si ha cogido la curva del Peso muy abierta, si ha sido preciso… Como si fuese fácil, como si esa persona no tuviera todas esas preocupaciones (y más) en la cabeza.Pero, por si fuera poco, cada imagen procesiona de una manera distinta: no es lo mismo el paso alegre de la Borriquilla que el lento del Yacente, la sonoridad de San Pedro sería impensable en la Soledad del Puente, la sobriedad del Cristo de la Vera Cruz choca con la potencia de la Cruz Desnuda. Cada uno lo hace a su manera y, como dice Jesús Millán, capataz de Jesús del Salvador, «es bueno que la tengan, porque si todas lo hicieran igual sería aburrido». La idiosincrasia de cada imagen es necesaria.

Pongamos tres ejemplos: la Santa Cena, una de las imágenes más grandes y pesadas de nuestra Pasión; el Bautismo, que cuida al detalle cada momento del desfile pese a ser una hermandad algo pequeña y joven en comparación con otras; y el Jesús de las Seis, que debe abrirse paso, literalmente, entre la Turba. Sergio Gómez, José Manuel Jiménez y Jesús Millán son sus capataces, respectivamente, y cada uno encara los desfiles a su manera. Sergio, días antes de Semana Santa, repasa el recorrido junto a su padre (predecesor en el cargo) y ve vídeos de otros años para saber cómo tomar cada curva. José Manuel estudia las marchas que tocará la banda y las intenta cuadrar con momentos concretos del desfile, pensando qué estribillo quedará bien en qué calle. Jesús queda con sus banceros, les habla, les motiva y prepara durante días para que sean conscientes del trabajo que van a tener que llevar a cabo.

Donde hay patrónDonde hay patrón

Porque, además, su desfile es muy particular. Cualquier otro capataz se mueve, busca a sus banceros y les pregunta, se puede preocupar in situ por ellos, pero «en el Jesús no puedo moverme de mi posición y corregir a los de atrás, tengo que hablarles prácticamente uno por uno por el ruido que hay». Incluso reconoce que, en ocasiones, ha tenido que pasar por debajo de las andas para ir a la parte trasera. Y no solo debe cuidar de sus banceros, también tiene que avanzar entre la muchedumbre. «Hay que tener mucho valor para empujar a la Turba, pero también hay que saber cuándo parar», explica.

Lo que también debe tener un buen capataz, coinciden Gómez, Millán y Jiménez, es una buena relación con los banceros, siempre basada en el respeto.

«Fuera somos hermanos y amigos, pero bajo el banzo tienen que atender a las órdenes», afirma Sergio, añadiendo que esas órdenes deben ser «claras, concisas y precisas». «Los banceros tienen que ver en ti un referente, y tú tienes que unificar todas las visiones que haya dentro de la hermandad», opina Jesús. «En la hermandad nos conocemos todos y por eso tengo la suerte de ser cercanos y de que me respeten incluso si hay que tomar una decisión difícil, como pedirles tiradas más largas o decirle a un bancero que no puede que tiene que salir», afirma José Manuel.

Donde hay patrónDonde hay patrón

Da igual si son casi veinte años de capataz y casi otros veinte como bancero, como es el caso del capataz del Jesús. Da igual si son nueve llevando el cetro como hace el del Bautismo. Da igual si este año va a ser el tercero desde que la Santa Cena cambió de capataz. Lo importante es conocer esa idiosincrasia que caracteriza el desfile propio, conocer a tu hermandad. «El mito de que los jóvenes no pueden ser capataces no lo veo, quien quiera hacerlo que lo estudie y lo haga con ilusión, respetando su identidad y la de su hermandad», opina José Manuel Jiménez.

Porque habrá momentos difíciles, como ocupar todas las miradas al entrar en la Plaza Mayor mientras suena Bautizando a Jesús, girar las curvas de la Audiencia con esa mole cayendo a plomo sobre 64 hombros, o rozar con los nudillos en la entrada de El Salvador para evitar que la cruz se dé con la puerta. Pero esos momentos difíciles son los que definen a un paso. Nadie se los quiere perder porque son únicos.

Los capataces llevan ese peso metafórico sobre sus hombros para poder tener buena sintonía con sus banceros. Sufren para que, aunque les pese a sus compañeros y, casi siempre, amigos, puedan disfrutar debajo del banzo. Cargan con esa responsabilidad para poder tener desfiles tan memorables como los de, en opinión de estos capataces, la Soledad del Puente, Jesús del Puente, el Bautismo, el Descendimiento, el Cristo de los Espejos o el Beso de Judas. No es nada fácil porque hay que tomárselo en serio y en ocasiones cuesta hasta andar. Pero, si no costase, no sería Semana Santa.