El curso escolar tiene una incidencia más importante de la que nos pensamos en nuestro día a día. El año natural es el que transcurre entre enero y diciembre, pero la realidad más práctica te dice que la senda se anda entre septiembre y junio. Aunque todavía no seamos padres o lo fuésemos de niños en edad escolar hace ya algún tiempo, los biorritmos académicos también nos repercuten. Habrán notado con total seguridad que, desde que los estudiantes universitarios acabaron el curso, Cuenca tiene algunos habitantes menos. También habrán notado que, desde que los niños de Infantil y Primaria y los jóvenes de Secundaria soltaron lápices y libretas, el trasiego en el tráfico en determinadas horas y zonas de la ciudad es mucho más liviano. Para más inri, muchos de estos universitarios han regresado a sus lugares de origen y, de igual forma, muchos de esos niños han puesto rumbo a los pueblos de los que son oriundos. Porque sí, ya se lo digo yo, que tengo el inmenso placer de tener pueblo en la provincia: como el verano del pueblo, en ningún sitio.
Y no solo se nota en esto. La sociedad, casi por completo, en una especie de abstracción generalizada, cambia hasta la forma de pensar. Mi vecino del tercero, ese mismo que no saluda a lo largo del año cuando nos cruzamos en el ascensor, ahora es pura simpatía. No viste vaqueros ni camisa; se enfunda unas bermudas y una manga corta que arrastra –literal– durante la canícula. Pero tiene otra cara, otro flow... No sé, está distinto. Sus cumplidos ya no son: «Bueeeeno, aquí vamos, pfff, a ver si curramos un rato». Esa frase que suele languidecer entre los labios, durante las próximas semanas se sustituye por un entusiasta y casi eufórico «Vamos a tope, chaval, que en cuanto acabemos la jornada de hoy nos vamos a tomar algo que hemos quedado con los amigotes, y además ¡ya no queda nada para las vacaciones!».
Todo es distinto a partir de hoy, 30 de junio, día de la transición a la 'nueva vida'. Todo lo que se haya dejado a medias o sin empezar hasta ahora, puede esperar sentado hasta el 1 de septiembre. No es bueno procrastinar, y menos en estos tiempos. Dos meses, más o menos. Eso es lo que dura este periodo de casi enajenación mental transitoria, avalado en cierta medida por buena parte de la administración, que considera agosto como mes inhábil total y absolutamente. Lo llevaremos lo mejor que podamos. Aquí, por cierto, no pararemos, ya sea en papel o en digital. ¡Feliz verano, amigos!