Los aguafuertes conquenses de Hermenegildo Lanz

Óscar Martínez Pérez
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Los aguafuertes conquenses de Hermenegildo Lanz

El pasado mes de mayo, el profesor conquense Marco Antonio de la Ossa participaba en un congreso internacional organizado por la Complutense madrileña, con la ponencia titulada Federico García Lorca, Hermenegildo Lanz, Manuel de Falla y el teatro de títeres. El citado profesor anunciaba que dentro de su disertación haría «un pequeño guiño conquense, ya que Hermenegildo Lanz obtuvo un premio gracias a su litografía La ciudad maldita en 1920».

Hermenegildo Lanz y González fue un artista e intelectual polifacético y de profunda trayectoria vital y profesional que aunque nació en Sevilla se sintió totalmente granadino. Su formación y vocación como estampador y aguafortista se inició en Lisboa con su maestro el grabador e ilustrador Enrique Casanova. En 1917 obtiene la plaza de profesor de Dibujo en las Escuelas Normales de Maestros de Granada donde se radicará, pasando a ser figura influyente de la cultura local. En la tertulia granadina de 'El Rinconcillo' conocerá a García Lorca y al resto de los hombres de la cultura de la ciudad como Francisco Soriano Lapresa, Ángel Barrios, Manuel de Falla, Manuel Ángeles Ortiz, Ismael de la Serna, etc.

Lanz fue un aguafortista vocacional. Sus primeros éxitos se debieron a su participación en las exposiciones nacionales de Bellas Artes de 1915, 1917 y 1920. En 1926 obtuvo su mayor éxito en las artes plásticas tradicionales con su álbum titulado Estampas de Granada que fue acogido por los críticos Eugenio D'Ors y Juan Francés con verdadera generosidad y aprecio.

Aguafuertes conquenses. En 1920, Lanz presentó a la exposición nacional de Bellas Artes un panneau de aguafuertes con los evocadores títulos conquenses de Sobre Peñas (Cuenca), La Ciudad maldita (X), San Martín (Cuenca) y Palacio Episcopal (Cuenca). Las obras de temática conquense tienen una vocación atmosférica y lumínica muy acusada. Lanz con estos aguafuertes conquenses demostró lo meticuloso de su trabajo, ya que él mismo controlaba la preparación de la plancha, el dibujo de la superficie, la elaboración de los ácidos, la temperatura de la tinta, la presión del tórculo o el tiempo de la mordida…

Los cuatro aguafuertes de Lanz ofrecen una visión un tanto fantasmagórica de nuestro caserío sobre las hoces y a la vez una visión espiritual del paisaje de Cuenca a través de unas líneas expresivas que interpretan de forma magistral y depurada el paisaje, cuerpo y alma de Cuenca. La obra titulada San Martín, en realidad, es una perspectiva de la iglesia de San Nicolás y la plazuela en donde está situada. Sobre Peñas delinea la arquitectura sobre la hoz, en la que el paisaje es 'retratado' como si la ciudad posase ante el artista… En Palacio Episcopal, Lanz ofrece el rostro de la hoz del Huécar donde grandiosidad del paisaje y su contorno roquero fijan la visión urbana y vegetal, con la claridad y las sombras de forma feliz…

El título de La ciudad maldita aparece en el catálogo de la exposición nacional de Bellas Artes de 1920 marcado con una (X) y no como los otros aguafuertes conquenses que estaban acompañados del nombre de (Cuenca). En el verano de 1920 apareció en El Día de Cuenca un breve artículo reivindicativo del intelectual conquense Juan Giménez de Aguilar en el que disculpa a Lanz del pésimo título elegido para su aguafuerte, aunque de inmediato se pregunta por qué el autor granadino eligió tan perverso calificativo para con nuestra capital… 

Giménez de Aguilar finalizaba su artículo de desagravio de esta manera: «…Si; tras de esas casas que asoman al precipicio anidan todos los monstruos de Alcina y Logistila y no hay redención posible mientras no estudiemos bien qué nos quieren decir esos trozos duros, –que parecen latigazos–, de los agua fuertistas españoles. Goya y Lucientes en uno de sus más extraños 'caprichos' nos muestra una figura que representa a la vez la Razón y la Justicia con un látigo en la mano. Una bandada de cuervos emprendió el vuelo; otras sabandijas huyen arrastrándose. La leyenda reza: no hay que dejar ninguno. Cuando eso se cumpla, nadie osará llamar a Cuenca la ciudad maldita».