Humberto del Horno

Lo fácil y lo difícil

Humberto del Horno


Lo que no nos iguala

23/06/2023

En las vísperas del primer aniversario de la muerte de Franco, España avanzaba imparable a una nueva era aperturista que tuvo a Televisión Española como exponente paradigmático de la misma. Esto lo escribo de oídas y de leídas, que por aquél entonces de 1976 mi padre ni siquiera había prestado su servicio militar en Valladolid, y aunque ya conocía a mi madre, yo no era ni proyecto.

El 2 de noviembre de ese año levantaba la persiana una era audiovisual de espectáculos de variedades que ha resistido –de aquella manera– el paso del tiempo en la pequeña pantalla.

«Venimos hoy con una sola pretensión, la de hacerles pasar un buen rato cada noche de martes», decía un jovencísimo José María Íñigo para prender la mecha de 'Esta noche fiesta' desde la icónica Florida Park de Madrid y para toda España en la primera cadena. Ágata Lys, Victoria Vera, Pedro Carrasco, José Luis Perales o Lola Flores figuraban entre el público; The Kings, Ángela Carrasco o Camilo Sesto esperaban entre bambalinas.

Aquella noche, una niña tomó la alternativa sobre las tablas e irrumpió en el mundo del espectáculo con una mezcla de sorna y verdades como puños que arrancaron carcajadas y reflexiones a 20 millones de españoles.

En un contexto en el que Adolfo Suárez se apresuraba a demostrar que era posible acometer reformas políticas en España después de que Juan Carlos dimitiera a Arias Navarro, una adolescente irreverente, «fea pero honrada», con largas trenzas y ojos saltones, debutó en televisión para analizar el presente y, quién sabe, si adivinar el futuro.

«¿Lo veis todos bien? Digo el futuro. Lo ven mejor los de derechas... los de izquierdas, como siempre. ¿Habéis oído al señor ese gallego, qué bien habló el otro día? No digo quién es, pero ya sabéis. ¡A mí me encanta! ¿A que sabéis de quién hablo? ¡Es un fenómeno, el gallego ese!». Lo dijo la joven hace 47 años, y lo que valió entonces para Manuel Fraga, sigue vigente.

Aquella niña, con Daisy de nombre y papel maché de cuerpo, tenía a Mary Carmen como alma y corazón. Paisana con un pasado por reconocer, un último presente del todo injusto y un futuro que debería servir para pagar las deudas con su memoria.

«Siempre Mary Carmen y vuestros muñecos. Reiremos desde el cielo», reza el epitafio de la tumba que la propia Mary Carmen dejó encargada y erigida en el cementerio de Cuenca desde hace meses y que ocupa desde ayer.

Dicen que la muete nos iguala, pero he oído en los últimos días cosas más amables a la muerte de un proxeneta y corruptor de menores que gobernó Italia que de una de nuestras conquenses más universales.