De Qunqa a Cuenca

Manuel Pérez
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El historiador y cronista oficial de la ciudad, Miguel Romero, habló sobre los orígenes de la Cuenca musulmana en el seno del taller promovido por la biblioteca municipal

 
El taller Vive la ciudad de Cuenca a través de sus huellas históricas y de sus libros, impartido por el doctor en Historia y cronista oficial de Cuenca, Miguel Romero Saiz, alcanzó ayer su segunda sesión, centrándose en esta ocasión en La ciudad musulmana de Konca I.
En su ponencia, impartida en el Centro Cultural Aguirre, Romero trató de datar los orígenes de la ciudad árabe y describir su estructura urbanística. Así, y en relación al primer aspecto, dijo que, aunque los orígenes del asentamiento podrían datar de la Edad del Bronce o del Hierro, la historia de la ciudad musulmana de Cuenca se sitúa en el año 1000 aproximadamente, remontándose su fundación a los bereberes de la tribu Hawwara, dominadores del distrito de Santaberiya, a los que les debe el topónomo de Qunqa.
El historiador señaló que durante las dos primera etapas de dominio musulmán en España, el protagonismo de la ciudad fue inferior al de otras villas fortificadas de la kora independiente de Santaver, como Huete, Uclés o Huélamo. Sin embargo, Romero dijo que, en los últimos años del Califato, Qunqa comenzaría a despuntar sobre las restantes poblaciones debido a su privilegiada situación geográfica, que le confería a la ciudad fronteriza un carácter inexpugnable. 
En el periodo de casi siglo y medio que va desde la desmembración del Califato a la conquista de la ciudad de Cuenca en el siglo XII, la plaza pasa por diversas vicisitudes como consecuencia de su posición geopolítica en la línea media del Tajo, entre ellas la de la conquista temporal para los cristianos en 1111 a manos de Álfar Fáñez.  
En lo económico, dijo que a la caída del Califato surgiría en la ciudad una «floreciente» industria de marfil, llevada a cabo por los mismos artistas cordobeses huidos en los tiempos de revuelta y presión fiscal. 
Romero apuntó que el taller conquense estuvo regentado por la familia de los ben Zeyán, y sus piezas más valiosas fueron la arqueta de Carbona, la de las Bienaventuranzas y la arqueta del Sultán.
«El empuje urbano y bullicio urbano que supuso la actividad, unos años antes de su conquista por las tropas cristianas de Alfonso VIII, le hizo crecer y ser una ciudad admirada por todo al-Ándalus. De ahí que sus manifestaciones artísticas fueran admiradas por todos los rincones de la península», aseveró. 
 
Estructura urbanística. En su ponencia, el historiador reparó también en la estructura urbanística de la ciudad, cuyo desarrollo estuvo muy marcado por el componente defensivo. «Allí donde las rocas no llegaban, el hombre izó muros y puso puertas por donde franquearlos», apuntó Romero dando idea de las premisas que determinaron la evolución urbanística de Cuenca. 
Romero explicó que entre los siglos VIII y IX las defensas más importantes fueron las naturales; y que fue a finales del siglo X u más claramente en el XI cuando, debido a su posición fronteriza y su situación entre Toledo y Valencia, se reforzó su amurallamiento y su carácter de fortaleza. 
«En aquella época, el tejido urbano se hizo más denso, las taimas se sustituyeron por casas y se construyó en las zonas que quedaron libres dentro del recinto amurallado», explicó Miguel Romero señalando que mientras en la parte alta las construcciones se aglomeraban y ganaban en altura, en la baja quedaba un amplio espacio vacío junto al río para guardar el ganado, cultivar,  y proteger a la población circundante en caso de peligro. 
Dentro de la zona amurallada, señaló que uno de los espacios más importantes era la plaza del mercado -hoy en día Plaza Mayor, donde se ubicada la mezquita; mientras que de las propias murallas dijo que tenían  cuatro metros de alto por uno y medio de grosor de media, y ocho puertas que daban entrada y salida a la ciudad. 
Entre las más importantes, Miguel Romero mencionó las de la Buhaira (salida a Aragón y la Alcarria), la del Ciego (acceso a la ribera del Júcar), la de las Huertas o de Valencia, la del Agua o Postigo (usada por los tintoreros para salir al río), la de Huete, la de la Alcazaba o la de Buharda.