Albalate de las Nogueras, como en un cuento de hadas

José Luis Muñoz
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Albalate de las Nogueras, como en un cuento de hadas

La primera visión de Albalate de las Nogueras, desde la lejanía, sugiere la presencia de un lugar encantado, como extraído de un cuento de hadas ambientado en tiempos remotos, con la espadaña triangular de su iglesia dominando el cerro a cuyos pies se extiende, en forma ordenada, la distribución de calles en orientación casi paralela, por las que el ser humano puede pasear al hilo de amables ensoñaciones mientras siente el remoto latido de quienes en lo antiguo, muy atrás en el tiempo, poblaron estos espacios. Lo proclama de manera muy explícita, el propio nombre del lugar, al-balat, el camino, voz árabe quizá alusiva a una anterior calzada romana que por aquí buscaría senderos, desde el corazón de la Serranía hasta la poderosa Ercávica, no muy alejada, porque en los parajes que rodean al pueblo actual se encontraron algunos restos procedentes de aquella época, tan potente, y tan sugestiva, quizá como ninguna, porque todo lo que tiene que ver con Roma y sus circunstancias nos ayuda poderosamente a desarrollar imaginativas escenas.

Rodeando el espolón que ocupa el casco urbano se encuentra el río Trabaque, que viene desde Villaconejos formando bellísimos cultivos de mimbre, de cromatismo variado según las épocas del año y en cuyas riberas sobreviven las ruinas de algunos de los molinos que por aquí supieron captar la fuerza motriz del agua; un viejo puente medieval, el del Nogueral, explica de manera muy expresiva la antigüedad de la villa, en la que fueron dejando su rastro las sucesivas civilizaciones. Este es, probablemente, uno de los puentes más hermosos que se puede encontrar haciendo los caminos de esta provincia; hasta él se llega bordeando las antiguas cuevas de vino, bastante bien conservadas en general. Más allá del puente, los esforzados andariegos pueden disfrutar de un espectáculo magnífico, el de la arriscada hoz que desemboca al otro de la montaña, en Arcos de la Sierra.

El atractivo entramado urbano de Albalate de las Nogueras, formado por calles estrechas, de profundo sabor medieval que la moderna construcción no ha podido alterar por completo, se corona con una pieza delicada y bellísima, la iglesia,  siempre observadora desde la cumbre del cerro, mostrando a los alrededores, con orgullo, su bella espadaña románica de tres huecos bajo la que abre su mirada vertical una encantadora ventana gótica, pues a ambos estilos medievales se debe la primitiva definición arquitectónica del edificio. Hasta ella se llega fácilmente, sin mucho esfuerzo, pues nunca lo tiene el pasear de manera pausada, siguiendo el ritmo que marcan las calles, orientadas de forma longitudinal para quedar adosadas a la superficie del promontorio en cuyo segmento más alto espera la plaza, donde moran el templo, el Ayuntamiento y algunas buenas casonas que han podido sobrevivir a la evolución de los tiempos.

De sus orígenes, la iglesia conserva las dos portadas, además de los elementos citados, la espadaña y la ventana bajo ella pero luego fue adaptada bajo inspiración renacentista y barroca, hasta dar con el resultado actual, sin que desentonen los diversos elementos integrados con armoniosa improvisación, como si las diversas manos que intervinieron a lo largo de los siglos para dar la forma definitiva al edificio fueran conscientes de su responsabilidad para mantener íntegra la belleza y el equilibrio como principios inspiradores que nunca deberían alterarse. Y si queremos aplicar esa afirmación a un elemento concreto, veamos la cornisa de canecillos que corre por todo el perímetro bajo la cubierta, un prodigio de minuciosidad y artificio, combinando alternativamente motivos vegetales con cabecitas de animales. Los amigos de fantasías quisieran que el cardenal Gil de Albornoz hubiera participado en la consagración de esta iglesia, asegurando que en ella empezó, como párroco, su brillante carrera eclesiástica, pero cien años de diferencia entre la época de construcción y la vida del cardenal dificultan ciertamente la credibilidad de semejante hipótesis. Innecesaria, por otro lado, porque en nada influye en la consideración admirable que suscita la visión de este hermoso y equilibrado templo, tan sencillo como todo lo medieval, tan elegante como todo lo renacentista, tan sugerente e imaginativo como lo barroco. 

Tuvo Albalate de las Nogueras en tiempos no muy antiguos el sueño de convertirse en un pueblo-libro, a semejanza de algunos otros de ese carácter que hay en lugares de España. Urueña, en Valladolid, es el modelo primero y el mejor conocido. Por desgracia, aquí el proyecto no prosperó (de hecho, me parece que ya ha sido olvidado por completo), y eso que el lugar tiene algunos mimbres que podrían haber servido como urdimbre para enhebrar la idea, porque aquí vivió y murió Pilar de Cavia (apellido de respetable prosapia en el mundo del periodismo), poetisa y articulista y aquí también vivió Mayda Antelo, otra mujer progresista, dinamizadora de la vida cultural en el pueblo, cuyo nombre ostenta la biblioteca pública y es un hermoso reconocimiento. A lo mejor todavía no es definitivamente tarde para recuperar aquella benemérita idea, que no solo de cuestiones materiales deben vivir los pueblos (y los seres humanos).

En el interior del pueblo está la pequeña ermita de San Antón y en las afueras, en lo alto de un cerro de no muy cómodo acceso, la de Santa Quiteria, una construcción de carácter popular, sin especiales méritos artísticos, pero con uno de indudable valor: desde ese punto se contempla un inmenso paisaje, el de la Alcarria de Cuenca que aquí se despliega amplia y generosamente, dando lugar a un espectáculo maravilloso, de cromatismo variado, entre grisáceo y anaranjado, cubierto de suaves colinas de mínima vegetación entre la que ocupan protagonismo el mimbre y los olivos. Es una visión amplia y generosa, digno punto final a la visita.