Editorial

La presión del 'viejo' PSOE, una señal que Sánchez está obligado a analizar

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El periodo de espera hasta la celebración del debate parlamentario que decidirá si Alberto Núñez Feijóo es investido presidente ha terminado por convertirse en cuatro semanas muy largas tanto para el propio candidato propuesto por el Felipe VI como para Pedro Sánchez. Si al presidente del PP, tal y como se presentía, le ha sobrado más de la mitad del tiempo solicitado para despejar las escasas dudas que pudo tener sobre su falta de apoyos, al favorito por sorpresa desde la noche del 23-J para poder formar Gobierno también le han surgido suficientes complicaciones internas para lograr el objetivo. En su caso, con el agravante de que se mantendrán, incluso, por más tiempo del que queda hasta que Feijóo pronuncie su discurso.

La presión de la corriente crítica surgida en el seno del PSOE contra cualquier tentación de Sánchez de ceder a la amnistía de Carles Puigdemont y otros implicados en el 1-O catalán empieza a tener los primeros efectos, como la expulsión del partido del histórico dirigente socialista vasco Nicolás Redondo Terreros. Siendo cierto que el distanciamiento entre el antiguo líder del PSE-PSOE se arrastra en el tiempo, resulta obvio que el momento político actual, en el que Sánchez depende del voto del prófugo de la Justicia y no ha rechazado aún esa posibilidad, ha devenido en ruptura total.

El camino hacia el debate de investidura del 26 y 27 de septiembre tiene visos de haberse convertido ya en más problema para el actual presidente que para Núñez Feijóo. La derrota del líder popular en el Congreso el día 27 está amortizada en el debate político y solo los errores propios, como las decisiones estratégicas equivocadas, pondrán de nuevo el foco sobre el dirigente popular. Sin embargo, y pese al silencio absoluto de Moncloa y de la dirección del PSOE, la mayor presión se cierne sobre quién aparece como el único aspirante capaz de sumar los votos necesarios para ser proclamado presidente. Aunque ni en el Gobierno ni en el partido se han pronunciado sobre las exigencias de Puigdemont y, por tanto, no se le puede atribuir a Sánchez una disposición clara a ceder a las exigencias de Junts, los riesgos de una ruptura con el partido de algunos socialistas históricos es muy real y puede aparejar consecuencias.

La gestión de los tiempos por parte del secretario general del PSOE va a ser determinante, aunque por estrategia le resulte imposible revelamiento alguno antes del día 27. Sin embargo, cuanto más tiempo permanezca sin despejar dudas, mayor será la tensión interna, que ante hechos como la expulsión de Redondo Terreros es previsible que vaya a más porque difícilmente el viejo PSOE se va a sentir amedrentado. Decida Sánchez lo que decida, bien contar con el voto de Junts o bien sorprender con una renuncia a la investidura –y, por tanto, ir a elecciones– de aquí al 27, la presión recae sobre él.