Grisolía y sus años conquenses

Óscar Martínez Pérez
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Grisolía y sus años conquenses

Hace cien años, en 1923, nacía en la capital del Turia el insigne médico y científico español Santiago Grisolía, una verdadera eminencia en todos los campos en los que desarrolló su profunda y dilatada labor científica y humana. Aunque levantino de nacimiento, Grisolía fue un verdadero enconquensado gracias a su paso y vivencias en los años de formación que desarrolló  y vivió en el conquense instituto Alfonso VIII, en los años treinta del siglo pasado.

Santiago Grisolía llegó a Cuenca a principios de 1932, de la mano de su padre, empleado de banca que se trasladó desde tierras murcianas a nuestra capital con toda su familia, para ocupar el cargo de director del Banco Español de Crédito. Santiago, que tenía por entonces nueve años, y su familia residieron en varias casas diferentes, situadas ambas en la céntrica Calderón de la Barca, calle cercana al instituto en donde comenzaría su formación académica. Recuerda Grisolía, con mucha gratitud, las clases de matemáticas que recibió en la academia privada por la que pasó por parte de Emilio Melero, profesor que despertó en él el amor por esta ciencia y el álgebra; además de las visitas que realizaba a la Catedral conquense con el padre Jesús Ayllón o las doctas clases de Física y Química que recibió del catedrático Miguel González.

Ya en el instituto, después de los primeros meses de formación en una academia privada, conoció al director del centro, Giménez de Aguilar, y a uno de sus mejores amigos, un joven apodado 'Espada' de apellido Espina. Conoció al ya insigne poeta Federico Muelas y también al anarquista  que regentaba una imprenta al lado de la librería Escobar, que le dio a conocer las ideas libertarias. Grisolía también ha relatado la muy buena relación que su familia mantuvo con las tres mujeres conquenses que sirvieron en su casa, además de enumerar a muchos amigos, Alfonso Merchante, Vicente Roger,  Rafael Mombiedro, a su prima enconquensada Piedad…, a los que siempre ha intentado frecuentar pese al paso del tiempo y la distancia.

Como todo niño de su generación, fue travieso y atrevido, como cuando se lanzó al Júcar en pleno mes de marzo o se escapaba para pescar cangrejos y bañarse en las profundidades de los ríos capitalinos. 

Durante la contienda fratricida del 36, Santiago que ya tenía trece años acababa de terminar el bachillerato y dirigió sus pasos hacia la Medicina, gracias al excelente médico Antonio Cuerda, que había llegado a nuestra ciudad al inicio de la contienda. La amistad del doctor Cuerda con el padre de Santiago propició que el joven de apenas catorce años comenzase a trabajar como ayudante del médico en la Escuela Normal, que se había convertido en Hospital, donde llegaron muchos heridos del frente alcarreño, a los que Grisolía prestó atención y ayuda pese a la escasez de medios y de avances científicos. De este improvisado hospital marchó al hospital de Santiago, donde continuó su labor hasta casi el fin de la guerra.

No cabe duda que sus años de formación y vida conquenses influyeron de forma definitiva para estudiar medicina en Valencia y de ahí a convertirse en uno de los grandes científicos y sabios de la bioquímica y la biología molecular.

Cuenca y Santiago Grisolía siempre tuvieron una relación emotiva, contando con su presencia, cordial y respetuosa hacia Cuenca y los conquenses. Grisolía siempre ha recordado sus años conquenses dejando escritos sus recuerdos de la guerra en Cuenca y de adolescencia en la revista Perfil del instituto Alfonso VIII. Don Santiago ha sido reconocido por Cuenca con la Medalla de Oro 'Gil de Albornoz' de la Facultad de Bellas Artes, Doctor Honoris Causa en Humanidades de la Universidad Regional en Cuenca, presidente del Comité Asesor del Museo de las Ciencias, Hijo Adoptivo de la ciudad, además del instituto de educación secundaria de la capital que lleva su nombre…

Santiago Grisolía, después de ser investido Doctor Honoris Causa en el Campus conquense, dirigió unas emotivas palabras sobre el recuerdo vital de su paso por nuestra ciudad: «Es un placer y un honor para mí escribir unas líneas para Perfil, que intenten plasmar brevemente algunos de los recuerdos y nostalgias de los años en que fui alumno del Instituto Alfonso VIII. Es verdad, cada vez que voy a Cuenca y veo el vetusto edificio, revivo muchos de los momentos que allí pasé. Si no me falla la memoria, empecé mis estudios en el segundo año puesto que el ingreso y el primero lo había hecho en Lorca. Con motivo del cambio de puesto de trabajo de mi padre, tanto mi única hermana Conchita como yo, trasladamos la matrícula a Cuenca. El plan de Bachillerato de entonces, he oído comentar, era excelente, consistía en seis años. 

El caserón un poco destartalado no tenía naturalmente calefacción, pues entonces casi nadie tenía. Creo recordar, no estoy seguro, había una estufa de madera pero el frío de Cuenca, y entonces hacía mucho más que ahora y nevaba ocasionalmente, no nos preocupada mucho, al menos yo no recuerdo, posiblemente debido a mi juventud, haber pasado frío…».