En un rincón cada vez más vivo y verde, como es la calle de la Estación, que florece gracias al empeño de quienes la aman, nace una iniciativa que funde cultura, medio ambiente y comunidad con la naturalidad de las cosas bien hechas. Cada sábado de abril, en el marco del Día Internacional del Libro, las estanterías improvisadas junto a los bancos y jardines se llenan de libros que han sido donados por la biblioteca, por vecinos y por sus dos grandes impulsores, como son Todd Blomberg y Mari Cruz García.
Porque leer es hermoso, sí, pero compartir la lectura es aún más transformador. Allí, al aire libre, entre flores plantadas con mimo y árboles jóvenes que empiezan a dar fruto, se produce el 'milagro' de la cultura compartida. Los libros llegan y se van, pero el vínculo entre vecinos permanece... Y crece.
«El primer día regalamos cientos de libros, y realmente no sabíamos si funcionaría, pero la respuesta fue tan grande que tuvimos que empezar a pedir más». La gente no solo vino a coger libros, también trajeron los suyos, empezaron a hablar entre ellos, a sentarse en los bancos a leer. «Fue precioso», cuenta emocionado Todd Blomberg, americano de nacimiento, pero taranconero por elección y corazón, que lleva casi tres años cuidando el entorno natural del municipio de manera desinteresada. Su propósito es claro. «Si queremos que el pueblo mejore, tenemos que empezar por los niños, porque ellos deben crecer rodeados de belleza y respeto por la naturaleza», argumenta.
Blomberg pone en valor, sobre todo, la figura de la profesora Mari Cruz García, parte importante del colectivo ciudadano I Love Tarancón, y que fue quien tuvo la visión. Una calle viva, con gente leyendo en los bancos, en calma, como si una feria del libro permanente se hubiese instalado en el municipio. «Como aquí no hay una feria del libro como tal, pensamos en crear nuestro propio espacio de lectura comunitaria», explica. Y así lo hicieron. Libros para todas las edades, de todos los géneros, que van y vienen sin más normas que la generosidad. Y entre estanterías, surgen conversaciones, juegos entre niños, recomendaciones espontáneas entre quienes quieren acercarse y compartir su pasión. Tarancón se redescubre a sí mismo entre páginas y portadas gastadas.
Esta pequeña gran revolución cultural y ecológica no solo ha devuelto a los vecinos la alegría de compartir lecturas, sino también ha cambiado la fisonomía del barrio. «Ahora la gente baja a hablar, a pasear, a leer, cosa que no pasaba antes, ya que esta calle estaba apagada, pero ahora... ahora es un espectáculo», relata Blomberg, mientras quita alguna mala hierba de los bordes de las aceras o riega con cuidado uno de los árboles frutales regalados por los vecinos.
La combinación de cultura y medio ambiente, de acción ciudadana y amor por el pueblo, ha creado algo difícil de definir, pero fácil de sentir. Quizás sea eso lo que llaman comunidad. Y en Tarancón, este abril, esa comunidad huele a libro viejo y a flores nuevas. Y a futuro.