La llave de la escritura sagrada

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Hace 200 años que Jean-François Champollion logró descifrar qué escondían los enigmáticos jeroglíficos egipcios. Lo consiguió gracias a una guía de casi 800 kilos: la piedra Rosetta

La llave de la escritura sagrada

Durante siglos de civilización, los templos, los palacios, las tumbas del pueblo egipcio se fueron llenando de enigmáticos jeroglíficos,  una red maravillosa de dibujos que aún hoy asombran y cuyo significado se pudo conocer solo siglos después gracias al descubrimiento de la piedra Rosetta. La invasión de las tierras del Nilo por los griegos y los romanos hicieron que, con el tiempo, desaparecieran aquellas pocas personas que comprendían los mensajes que escondían aquellos pictogramas. Soles, flores, ojos, escarabajos, enseres cotidianos ocultaban mensajes indescifrables para los estudiosos de una cultura llena de magia. 

El 14 de septiembre de 1822 fue una jornada especial. Cuentan que cayó exhausto, que recorrió las calles de París como alma que lleva el diablo, que tardó días enteros en recobrar el conocimiento tras su hallazgo. Aquel día de hace dos siglos, el egiptólogo francés Jean-François Champollion giró la llave que hizo que todo encajara: había encontrado la forma de traducir los jeroglíficos.

Hay que remontarse unos años atrás, concretamente a la invasión francesa comandada por Napoleón en Egipto, para entender a Champollion. En 1799, un grupo de militares se encontró de forma fortuita  una losa granodiorita durante los trabajos de reparación del fuerte francés de Jullien, cerca de la población del El-Rashid (llamada Rosette por los franceses). No tardaron en darse cuenta de que podría ser un hallazgo importante. Sobre su faz lisa había escrito un texto de tres formas diferentes que podría decir lo mismo... y así era. El friso superior eran jeroglíficos; el central escritura demótica (versión simplificada de los jeroglíficos que apareció al final del Imperio egipcio) y, en último lugar, se podía leer en griego antiguo. La piedra Rosetta se convertía en el primer texto plurilingüe antiguo descubierto en tiempos modernos y despertó el interés público por su potencial para descifrar la hasta entonces ininteligible escritura jeroglífica.

A raíz de ese momento, sus copias litográficas y de yeso comenzaron a circular entre los museos y los eruditos europeos. Y así llegó a manos de Champollion, ya que cuando los británicos derrotaron a los franceses en Egipto la piedra fue transportada a Londres tras la firma de la Capitulación de Alejandría en 1801. De ahí que haya estado expuesta al público desde 1802 en el Museo Británico, donde es la pieza más visitada.

«¡Lo tengo! ¡Lo tengo!», le gritó Champollion a su hermano, Jacques-Joseph, un erudito en arqueología e historia antigua, exhausto en el momento que se dio cuenta aquel 14 de septiembre de su proeza. Pocos días después, el 27, hacía público su descubrimiento en una carta dirigida al secretario de la Academia de Inscripciones y Bellas Artes de París, un gesto con el que se iniciaba oficialmente la egiptología. 

Su trabajo no quedó ahí. Tras mucha investigación y muchas vicisitudes en su vida, logró incluso descifrar cómo sonaba la lengua de los faraones.

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