Alrededor de 200 obras, en su mayoría inéditas, integran la exposición que el artista plástico conquense José María Lillo Pérez expone en la sala de la Fundación Antonio Pérez, muestra que podrá visitarse hasta el 12 de diciembre.
El también profesor de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, vinculada a ella desde sus orígenes, comentaba a La Tribuna que Pensar un árbol es una metáfora que vincula al ser humano con este elemento de la naturaleza que nos acompaña en el devenir de nuestra existencia.
Su trayectoria artística comenzó en los años 70 dentro de la abstracción pura, influido por Fernando Zóbel y los pintores del Grupo de Cuenca, «con los que mantuve amistad y aprendizaje, un trato muy cercano con muchos de ellos, que fueron grandes amigos», recuerda.
Ya en la década siguiente la abstracción fue derivando paulatinamente hacia la figuración y aparecieron en la mayoría de sus composiciones formas de la naturaleza, estableciendo además sus propios espacios y recuerdos, lo que dio paso a figuraciones más concretas con cierta narratividad, «en mi caso el juego siempre ha sido un poco entre la figuración y la abstracción», apunta.
Todo ello se ve reflejado en esta muestra, estructurada en dos partes, una con obras de gran formato dedicada a los árboles y otra en la que están los cuadernos de artista con acuarelas de setas y hongos, obras todas ellas vinculadas a viajes y vivencias propias.
Aunque durante unos años el género del paisaje centró su atención como creador, en esta ocasión sus creaciones están vinculadas a formas más icónicas e individualizadas, «jugando a veces con la ilusión del volumen y al mismo tiempo con la abstracción plana y una doble visión, ya que al alejarte de las obras van convirtiéndose en otra cosa, un poco en la línea mágica de los alquimistas».
Lillo reconoce que en cada ejemplar establece un paralelismo con el hombre, un idea que subyace en el fondo de la exposición. «Los árboles son nuestros compañeros en la vida y junto a ellos somos los dos únicos elementos vivos que estamos sobre la Tierra en vertical».
Distintas perspectivas. En ese sentido a la hora de plasmar cada árbol juega con dos perspectivas para reflejar sus elementos visibles, «de tal forma que el tronco está realizado de forma frontal y plana, porque lo hago a la altura de la mirada del hombre, mientras que la copa está representada con la perspectiva del que mira hacia arriba y jugando con esa idea de trascender más allá; en cuanto a la tercera parte, las raíces invisibles son las que nutren al árbol y lo sujetan a la tierra, de la misma forma que las raíces del hombre son de las que éste se nutre: su memoria histórica y de conocimiento, familia, amigos...»
En lo que respecta a la técnica utilizada, carbón graso (para que el negro sea más profundo) sobre papel, la vincula con «la vuelta al origen, a los más primigenio, de la pulpa del mismo árbol y del carbón que se saca de él busco reconstruir su imagen, esa es la poética que he seguido a la hora de elaborar una serie muy descriptiva».
El pintor desvela que los árboles representados forman parte de sus paseos por Cuenca, bajo los que se ha cobijado y a los que se subió en alguna ocasión. «Lamentablemente hoy se les tiene muy poco cariño y respeto, pese a ser compañeros de viaje, de hecho algunos centenarios que aparecen en la exposición, que estaban situados junto al Júcar, fueron talados, y no porque estuvieran enfermos». Por ello, concluye que la muestra pretende ser un toque de atención para preservar este patrimonio natural, «algo tan importante como pueda ser un edificio».