Primo de Rivera, el desconocido dictador

Maricruz Sánchez (SPC)
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El golpe de Estado de septiembre de 1923, calificado de «exitoso e incruento», supuso el inicio de un paréntesis histórico para muchos vacío. Un período autoritario de más de seis años marcado por la figura del militar que lo lideró

Primo de Rivera, el desconocido dictador

¡El del 13 de septiembre de 1923 fue el primero de los golpes de Estado llevados a cabo en España en el siglo XX. En los últimos 200 años, 18 han sido los pronunciamientos que han sacudido el país. Solo una tercera parte tuvieron éxito y este fue uno de ellos siendo, además, «incruento». Conocido por el nombre del general que lo lideró, Miguel Primo de Rivera, abrió un período dictatorial que duró 2329 días. Un paréntesis?, al que siguió la llamada Dictablanda, marcado por la figura de su impulsor, olvidada en el relato postrero de la Historia.

¿Por qué se produjo esta sublevación? ¿Qué pasó durante los seis años y cuatro meses que duró la dictadura de Primo de Rivera? Cronistas y expertos han contestado a estas preguntas con desigual resultado hasta la actualidad. La mayoría de los autores coinciden en definir esta etapa como un «paréntesis» en el período histórico de la Restauración española. Un momento que no pocos definen como «vacío», ya que apenas ocurrieron hechos que incidieran de manera importante en el devenir del país. 

Sin embargo, esta afirmación resulta discutible para el investigador alicantino Gerardo Muñoz, después de dos años dedicado en cuerpo y alma a desmentir el mito del desconocido dictador. El fruto de su trabajo se plasma negro sobre blanco en el libro La dictadura de Primo de Rivera. Los seis años que le costaron el trono a Alfonso XIII (Editorial Almuzara). Una obra plagada de datos rigurosos sobre la cuartelada comandada por el militar jerezano. 

«Primo de Rivera no fue un hombre campechano sin ideología como se creía, sino que fue el impulsor de una dictadura paternalista y un político astuto, con pocos escrúpulos, que promovió un régimen nacionalista en la línea de las dictaduras europeas contemporáneas», asegura en las páginas de este volumen Muñoz. Miembro del Consell Valencià de Cultura, señala acerca de esta figura «olvidada y desconocida» que fue el «creador del populismo de derechas en España, al denunciar a los políticos como élites corruptas y parasitarias».

Fue también Primo de Rivera, como defiende, un hombre contradictorio. Un dictador de libro, pero que tomó medidas comprometidas. «Decepcionó a todos porque siempre jugó con la ambigüedad; salió descontenta la izquierda, la derecha, los republicanos, los falangistas...», afirma el autor de El desastre de Annual. Los españoles que lucharon en África, editado también por Almuzara en 2021, coincidiendo con el centenario de esa batalla.

«Quiso contentar a todos, a los regionalistas y a los empresarios catalanes; al mismo tiempo era abandonista, pretendía que España saliese de la guerra de Marruecos, que el Ejército español se replegase hasta Ceuta y Melilla; incluso aspiraba a intercambiar con los ingleses Gibraltar y Ceuta», explica Muñoz, relatando una curiosidad: el entonces coronel Francisco Franco rebatió su discurso tachándolo de «cobarde». 

Balance complejo

En su dictadura, Primo de Rivera se enfrentó con la Iglesia porque apoyó a la UGT para impulsar los comités paritarios, algo similar a los comités de empresa actuales. Además, creó su propio partido, un partido único, Unión Patriótica, mientras legalizó los sindicatos, todos menos la CNT. Así, aceptó defender a los obreros y hasta permitió las huelgas, siempre que no fueran políticas.

A través de su ministro Calvo Sotelo, otra de las metas del general fue hacer una reforma fiscal, «para que pagara más el que más tenía, pero lo tuvo que retirar porque se enfrentaron todos con él», asevera este experto. También hizo una política económica de intervencionismo estatal. «Creó el monopolio de Campsa para nacionalizar toda la industria petrolera de España, las confederaciones hidrográficas, el patronato de Turismo y el monopolio de Telefónica e Iberia», añade.

Pero las contradicciones de Primo de Rivera no solo eran evidentes en el terreno político, sino también en el personal. «Se dejaba llevar por impulsos. Era jugador, bebedor e iba con prostitutas y, sin embargo, creó leyes contra el juego, la bebida y la pornografía», sostiene el libro. 

Asimismo, añade, «pensaba que gobernar un país era como gobernar un cuartel y se pasaba por el arco del triunfo los Presupuestos o si el Supremo le ponía problemas con una ley». Con todo, para Muñoz, el general fue uno de los primeros impulsores de una comunicación política basada en noticias falsas. Y es que, según argumenta este investigador, al jerezano le gustaba presentarse como el líder mesiánico que ejecutaría la voluntad del pueblo. 

La realidad es que al término de su mandato el país entró en una crisis monetaria importante, pese a que en los años anteriores había conseguido cierta prosperidad en lo industrial, no así en el terreno agrario, además de cierta paz social.

Primo de Rivera tuvo finalmente que exiliarse de España y murió a los dos meses. 

El fin de la Constitución más longeva, la de 1876

El golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera en 1923 acabó con la Constitución de 1876, la más longeva que ha tenido España hasta la actualidad (47 años). En aquel momento, el jerezano era capitán general de Cataluña, y el rey, Alfonso XIII, además de la burguesía catalana, ayudaron al éxito de su alzamiento. La sublevación se produjo en Barcelona, pero se extendió rápidamente. En Madrid se decretó la ley marcial y el monarca, que se movía esos días entre la capital y San Sebastián, mantuvo una conversación con el entonces presidente del Consejo de Ministros, Manuel García Prieto. El político le expresó: «Señor, debéis sancionar a los generales rebeldes a la normalidad constitucional. La respuesta del rey fue preguntarle «¿y cómo se hace eso; con qué fuerzas contamos?». «Con la opinión del pueblo representado en las Cortes, Señor», le contestó García Prieto. Ahí se cortó la charla. Tan alejado estaba el político de la realidad del pueblo español que pensaba que las normas lo eran todo.