Delicada, cómica, triste, tierna... son adjetivos que se pueden aplicar a una gran parte de las películas de Charlie Chaplin pero especialmente a La quimera del oro (1925), la que el actor y director consideraba su mayor logro, por la que quería ser recordado y de cuyo estreno se cumplen hoy 100 años.
Fue su cuarto largometraje como realizador tras El chico (1921), El peregrino (1923) y Una mujer de París (1923) y el primero en el que era el protagonista absoluto. La cinta supuso un punto de inflexión no solo en su trayectoria, sino en el cine en general.
La quimera del Oro, que regresa a los cines con motivo del centenario de la mano de A contracorriente Films, demostró un lenguaje cinematográfico de enorme madurez, tanto que no eran necesarios los carteles con explicaciones tan habituales en el cine mudo.
La historia de un buscador de oro al que todo sale mal se entiende a la perfección con las escasas frases de Chaplin, una cuidada narrativa y la importancia que le dio al montaje, algo hasta entonces poco habitual.
Ese mismo 1925 se estrenaría El acorazado Potemkin, de otro genio, Sergei Eisenstein, que sentaría las bases del montaje que a partir de ese momento utilizarían todos los directores, pero Chaplin ya había comenzado a establecer las suyas propias unos meses antes.
Porque el filme de Eisenstein llegó a las salas en diciembre y el de Chaplin tuvo su estreno el 26 de junio en el nuevo y extravagante Grauman's Egyptian Theatre, construido siguiendo la moda impuesta por el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, tres años antes.
En aquella inauguración estaba todo Hollywood -desde Mary Pickford a Douglas Fairbanks, Buster Keaton, Gloria Swanson o Cecil B. DeMille- y la película fue un rotundo éxito.
Era la culminación de un trabajo que empezó cuando Chaplin vio unas fotos de la llamada fiebre del oro de Klondike de 1896, que provocó un movimiento migratorio a esta región del Yukón canadiense.
Pero decidió transformar esas historias, a menudo dramáticas, en una comedia esperanzadora que ponía un punto de humor en cualquier situación. Como en la famosa escena en la que Chaplin se come con elegancia la suela de una bota y hace de sus cordones unos espaguetis.
El protagonista
Chaplin se reservó el papel principal, el de un buscador de oro con aire de vagabundo, que parte en busca del soñado dorado para enfrentarse más bien a un sinfín de penurias.
El rodaje se iba a desarrollar en Alaska, pero finalmente se eligieron dos ubicaciones diferentes: Sierra Nevada, en California, y el Monte Linkoln, en Colorado.
Chaplin utilizó efectos especiales, como miniaturas, y una rudimentaria técnica de doble impresión para conseguir fusionar dos imágenes. Y para la escena en la que la cabaña cuelga sobre un precipicio, se utilizaron cables.
En 1942, con el boom del cine sonoro, Chaplin decidió reestrenarla con narración hablada, escenas nuevas y una banda sonora.