El cuerpo y la mente están interconectados, y nuestra postura dice mucho de cómo nos encontramos a nivel emocional. Cuando estás feliz, seguro y con confianza, tu cuerpo se yergue, levantas el mentón y ocupas más espacio. Y por el contrario, cuando algo te incomoda, estás triste o sientes vergüenza, te encoges y bajas la mirada. No es casualidad: tu cuerpo y tu mente están en un diálogo constante.
La psicóloga Amy Cuddy lo popularizó bajo el nombre Power Posing. Según sus investigaciones, adoptar posturas abiertas y expansivas, como estar de pie con los pies separados, las manos en la cintura y el pecho hacia fuera (como un 'superhéroe') durante solo dos minutos aumenta la sensación de seguridad en uno mismo. El cuerpo influye en la mente tanto como la mente en el cuerpo.
Cuando te colocas en una postura de poder, tu sistema nervioso interpreta que estás en control. En cambio, las posturas encorvadas, los hombros caídos o los brazos cruzados envían el mensaje contrario: «no puedo» o «no valgo».
Te propongo un ejercicio simple: antes de una reunión o una charla difícil, prueba esta postura durante dos minutos. De pie, espalda recta, pies firmes en el suelo, manos en la cintura o brazos estirados hacia el cielo. Respira profundo. Sientete fuerte. No estás fingiendo, estás recordándole a tu cuerpo de qué estás hecho.
En clínica lo veo a diario: la postura no es solo músculo y hueso, es lenguaje emocional. Es actitud. Y es entrenable. Cuando el cuerpo se abre, la mente también.