Ilia Galán

LA OTRA MIRADA

Ilia Galán

Poeta y filósofo


Tiempos sin elegancia

04/06/2023

La tormenta estalló reventando el horizonte. Más allá de la iglesia de San Francisco y de la alta torre del ayuntamiento, emergía un esplendoroso arcoíris, dibujándose sobre un cielo amoratado donde iban apareciendo las líneas quebradas de los relámpagos. No tardaría el cielo en derribarse sobre nosotros. La vigilante de la catedral llamó al compañero, ya bajábamos: «son fácilmente reconocibles, las dos personas más elegantes del día...». «¡Gracias!», respondimos, sonrientes, entre los mármoles del monumento que visitaban cada día miles de curiosos. 
No era difícil, nos comparamos con los compañeros del recorrido. Resultaba evidente que los atuendos de la gran mayoría, si no casi todos, eran horrendos, como los de tantísimos turistas actuales. ¡Qué lejanos los tiempos en que el Gran Tour lo hacían damas o caballeros o burgueses de copiosos dineros!, ¡cuando se compraban los vestidos más elegantes para visitar palacios, castillos, templos o ruinas romanas o griegas!
Miramos hacia la gran masa que nos rodeaba. Camisetas cómodas, dibujos anodinos, vulgarísimos, frases que se pretenden ingeniosas, pantalones cortos, diseños simplones o groseros, gorras, cámaras para hacer o hacerse fotografías en entornos tópicos.
En el Grand Hotel des Anglais, las grandes columnas del pórtico neoclásico recuerdan la entrada a algunos buenos edificios en Londres, pompas palaciegas que hoy ocupan tantas embajadas. Clásico edificio, imponente, blanco, sobre una colina en Sanremo, entre cedros y palmeras que trepan por los soleados jardines. Desde los balcones, el mar se abre entre asombros de luz y color. Mi alegre y grata compañía me decía anoche, entristecida, como habían cambiado los antiguos muebles, mutándolo en un hotel pretencioso; algunos óleos quedaron, con ínfulas de lujo, pero donde buena parte del encanto de otros tiempos se había esfumado. La renovación había introducido mobiliario racionalista, hermoso, pero simplón... estilo reproducido en muchos hoteles buenos: mutan las versiones pretenciosas de IKEA, gobierno estético simplificado, mecanizado de pensamiento único, multinacional... 
Una pareja de clientes salió, uno con camiseta abierta, mostraba sus velludas axilas: hombros, brazos tatuadísimos, sudoroso bajo una gorrilla; el otro, deforme por las grasas, medio suelta la camiseta... El nivel ha bajado en casi todas partes, lo cutre se impone.
Después de salir a cenar en ambiente de champán, entramos en el gran casino. El glamour de otras épocas había desaparecido o solo queda en algunas salas de estilo modernista, entre esculturas refinadísimas que nadie contempla, la gran y pomposa escalera... Imperan las tristes pantallas, como el grupo de seis adolescentes que, unidas en las escaleras, miraban por separado sus teléfonos móviles, subsumidas en redes ajenas. Los jugadores del casino vestían como repugnantes turistas, sudados, sus rostros tensos y agobiados, sin disfrutar: la mayoría pierden sus ahorros en este absurdo... Máquinas chinas, mil colores que brillan en una pretendida y triste fiesta donde las almas parecen apagadas. Ha bajado el nivel, en política, también.

ARCHIVADO EN: Londres, Ikea