Miguel Romero

Miguel Romero


Anécdota para la primavera

10/04/2024

Viene el buen tiempo porque la primavera 'aflora' como diría mi abuelo. Y el deseo de pasear por los caminos o sendas que rodean la ciudad, hacia el Huécar o hacia el Júcar, da igual, se acrecienta. Cuenca tiene muchos alicientes para entretener el tiempo, hacer deporte en senderismo y revivir estampas de historia. Me viene a la memoria, subiendo la cuesta empinada hacia el Parador de Cuenca, viejo convento de dominicos primero y seminario de paules, después, aquellos 'caldos' que fama tendrían a partir del XVI cuando se cosechaba en las bodegas del citado Parador, un buen vino recogido en las viñas de las ladera del cerro Socorro y en las terrazas que el cerro de la Majestad ofrecía.

Y es que, esos papeles viejos, cuentan como los Infiernos de San Pablo y las Glorias de San Agustín fueron muy comunes durante un par de siglos, sobre todo entre el XVII y XVIII cuando rivalizaron las dos congregaciones religiosas: por un lado, los agustinos afincados en ese travesía que une la plaza de Cánovas –ahora plaza de la Constitución– y la calle Colón donde tuvieron convento; mientras que, por el otro estaban los dominicos, establecidos en su sede de la hoz del Huécar. Rivalidad, sin duda, que nació como consecuencia de «ver quién tenía el mejor vino» para que la ciudad pudiera decidir. 

Y a buena verdad siempre quedan los efluvios –dice un refrán calderoniano–, cuando varios mozos decidieron subir a la cueva de la Zarza empuñando sendas botellas de vino, adquiridas a buen precio, en el convento de San Pablo, y pasando por las fuentes de la Higuera, «propiedad de don Fernandico», tomaron tanto, que no acertaron en dar con el destino. Cuando bajaron la cuesta y se encontraron con la vigilancia nocturna, fueron llevados a la Casa del Corregidor donde dormirían aquella noche.

Preguntados por el juez, en su alegato, cantaron eso de que buena culpa tuvo el diablo que les engañó con mal vino, cuando su cuerpo acostumbrado estaba a bendecir su estómago con el vínico de San Agustín, que era una Gloria y los frailes dominicos le ofrecieron el engaño. Y razón tenían, porque de ahí salió la coplilla que ahora expongo y que a partir de entonces, tanto se cantaría:
A ti iría con el diablo / Gloria de San Agustín, / como con un serafín / el infierno de  San Pablo.