No está claro dónde ni cuándo va a empezar, pero la contraofensiva ucraniana es inminente. Después de muchos meses de estancamiento, la evolución del frente servirá para hacernos una idea de hacia donde va definitivamente la guerra. La OTAN recuerda estos días que ya ha enviado «más de 98 por ciento» de los vehículos de combate que pedía Zelenski, una manera de decir que han cumplido su parte y que esperan resultados.
Cualquier cosa que no sea recuperar un porcentaje significativo del territorio se va a entender como un fracaso. Y por mucho que el ejército de Vladímir Putin parezca agotado y sin recursos, por mucho que se hayan mostrado incapaces de tomar la simbólica Bajmut en todo el invierno, los informes de inteligencia occidentales advierten que no va a ser nada sencillo avanzar. Desde luego, no pronostican el paseo triunfal de Jersón o Járkov, porque los invasores han invertido mucho tiempo y esfuerzos en prepararse para el contraataque, empezando por los miles de kilómetros de trincheras excavados.
El problema es que si Kiev no consigue avances significativos entre primavera y verano, las cosas se van a ir enrareciendo entre los aliados. Algunas potencias europeas, empezando por Francia, flirtean ya sin sonrojarse con el plan de mediación chino; y la presión ya arrecia también en la política americana, a punto de entrar en la larguísima campaña para las presidenciales de 2024. Los estadounidenses siguen apoyando masivamente a Ucrania, pero el entusiasmo con el que aprueban las ayudas mil millonarias empieza a resentirse. Lo hará mucho más si no hay resultados a la vista.
El plan de Putin parece evidente: esperar y aguantar hasta agotar el ánimo de sus rivales. Erosionar y desgastar en el frente bélico y en el propagandístico a sus enemigos. Si los soldados ucranianos no son capaces de lucir logros significativos esta primavera, el viento empezará a soplar otra vez a favor de Rusia.