Miguel Romero

Miguel Romero


Las Carmelitas escucharon poesía

26/05/2021

Soy Cronista Oficial de una ciudad que explota en patrimonio, historia y arte constantemente. Estoy inmerso en un constante caminar donde el pasado me arrastra al presente, sin mirar más allá de ese deseo de recorrer, revivir, sentir, observar, contemplar, remarcar, vivir. Cuenca es todo, placer visual, sentimiento eterno. Por una calleja, por otra, por arriba y por abajo; pasear es revivir, admirar y cada rincón de leyenda, cada edificio colgado, cada entresijo al abismo, del Huécar o del Júcar, entre la Mangana o San Pedro, hacia el Castillo o en sus huertos, cruzando avenidas o puentes.
Me sentí especialmente bien, este pasado sábado en el Claustro de uno de los rincones más bellos que ha dado esta ciudad. Me vino a la memoria, cuando la historia documentada me cuenta que el canónigo Covarrubias cedió parte de sus huertas, que Fernando Ruiz de Alarcón les vendió su cobertizo y que el Diego de Córdido, dejó que su corral y mesón formarán parte de lo que iba a ser a partir de 1622 un convento modélico regentado por madres Carmelitas Descalzas, venidas desde Huete para hacer piedad y misericordia en la población de una Cuenca renacentista crecida en tiempos de ganadería trashumante.
Allí se asentaron, cerca de la puerta fortificada del Mercado, al lado de una muralla que fracturó su trazado para ubicar este maravilloso entorno edificado y colgado sobre la hoz del Huécar. Una fachada desequilibrada, en esa composición clásica con portada barroca dentro del cuerpo principal, adaptándose a la irregular topografía del terreno. Sin duda, un edificio creado para servir a Dios, con remodelaciones en el 1624 por Juan de Celaya; en 1651 por Pedro García y Antonio Velasco y en el siglo XX, para ubicar la sede de la Fundación Antonio Pérez, la que ahora engalana su maravilloso contexto con el Arte de Vanguardia más actual, innovador y moderno. Adquirido por la Diputación Provincial en 1978 se reformó para ubicar la sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, a su lado, las dependencias de la futura Fundación Antonio Pérez y ahora, Casa de la Demandadera, Casa del Curato y Claustro para actividades literarias como complemento a lo que la modernidad exige.
Está claro que aquella monjitas que se instalaron en Huete en 1588 y que luego ampliaron su comunidad viniendo a Cuenca capital en 1603 gracias a su fundadora la Madre Isabel de San José, hija de un Coello y Sandoval, conde de la Ventosa o de una Hinestrosa, señora de Villarejo de la Peñuela, la misma portada de su palacio que ahora ondea en el Museo de Arte Abstracto de la ciudad y que nos dejarían como herencia para este maravilloso edificio.
Y lo traigo a colación  porque en la programación cultural de Primavera, que el Ayuntamiento ha elaborado, su claustro, bellísimo, recogido y abierto hacia la hoz, acogió la primera de las cuatro muestras poéticas que un servidor ha preparado para homenajear a cuatro grandes conquenses y «enconquensada» de la palabra poética: Diego Jesús Jiménez, Acacia Uceta, Federico Muelas y Elvira Daudet, para que cuatro «amigos» y excelentes amantes de la poesía y la cultura: Carlos Solano, Raquel Carrascosa, Pedro José Moreno y Teresa Pacheco, por este orden, nos ofrezcan su Semblanza en razón de maestría, valor y ejercicio, donde la palabra y la música de Cristina Feiner, Josema Martínez y la Escuela Municipal de Música, complementen una actividad entre poesía, sentimiento, amor y cultura. Gracias amigos y amigas.