Si para algo ha servido la moción de censura de Tamames ha sido para lanzar al estrellato a la vicepresidenta del Gobierno, blanco roto y mechas de oro, en la carrera por concurrir a las elecciones generales de diciembre liderando la plataforma Sumar. Yolanda Díaz ha sido la gran vencedora de esta moción, pues hasta el propio Sánchez le dejó su turno para que luciera ante su bancada las ganas que tiene de liderar un proyecto propio. Para eso, ella sabe que tiene que echarse a las espaldas a las ministras de cuota y ganarse su confianza, algo a lo que no parecen dispuestas las susodichas, que cuentan con el apoyo del Macho Alfa. La autocrítica tiene pinta de que se la vayan a practicar a ella de forma clara y contundente, como ha hecho el comunismo toda la vida. Por eso, Sánchez, que se huele la tostada y sabe que necesita un socio con un mínimo de fuerzas, dejó su traje azul empleado de Gas Natural, para que subiera al estrado toda una domadora de elefantes, a lo Bárbara Rey con trapecio; un discurso de una hora del que el profesor Tamames se agarró enseguida para soltarlo pronto con un par de frases. Es lo que tiene el vedetismo de las mociones de censura a destiempo como esta. En el pecado llevan la penitencia.
Yolanda Díaz se ha revelado como una política eficaz y con piquito de oro, aunque no sepa explicar bien lo que es un Erte. Sucede, en cambio, que su tono de maestra de escuela de niños de parvulario, le da a uno la sensación de que es poco propicio para atraer acólitos, pues se piensa que lo consideran algo falto y corto de entendederas. Yolanda Díaz ha demostrado que es magister en cursilería, empalago y ñoñería. Su invitación el otro día para ir a Magariños el Domingo de Ramos es una incitación al suicidio asistido por empacho en un mar de nubes de algodón. Es una Igartiburu de la política, a la que solo le faltó decir "os espero, corazones". El caramelo saliva tanto que sube el azúcar y la insulina se dispara. La miel chorrea por los oídos hasta dejarlos sordos de dulce y ron. Hay ya por ahí quien la llama la abeja maya, aunque a mí me recuerda más a la Señorita Pepis. Roja y de izquierdas, claro, por lo que vendría a ser una Pasionaria Pepis pasada por el woke y el Chanel, que es así como visten ahora las que defienden la clase obrera. Igual que la médico y madre, que cobra la ayuda energética pero pone verde a la derecha que también lo hace como ella. La doble moral o superioridad de la izquierda, aunque en el caso de Yolanda yo lo veo más como la tía aquella que venía en Navidad y te daba besos, achuchones y restregones hasta dejarte pegajoso y con la mejilla llena de babas. Así es Yolanda, de cariñosa ella, vamos, que tampoco es malo. Solo un apunte a pie de página.
Con quienes ha sido cariñosos son los fijos discontinuos que ha borrado de un plumazo y ahora quiere que su reforma laboral se estudie en medio mundo, como ella dice. No hay cosa peor en la vida que hablar bien de uno mismo, pues eso ya dice la clase de persona que tienes delante. Pero así es este gobierno de progreso, infalible en la propaganda y el azúcar. El problema que tiene Yolanda se llama Pablo Iglesias, que es más listo que ella y tiene pinta de hacerle la autocrítica como dijimos más arriba, en el tiempo que un camarada aborrece del politburó. Sánchez lo sabe y le cede el turno ante don Ramón, mientras ambos terminan de darse los últimos toques en las mechas y el tinte. Por lo demás, la moción se va para dormir el sueño de los justos. Yolanda es la única que ha sacado azúcar donde sólo existía el acíbar.