Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


No habrá paz para los malvados

24/10/2019

Hay un argumento bastante sólido y válido que han utilizado diversas autoridades para justificar la exhumación de Franco. Y es el de la inconveniencia de que en un sistema democrático haya mausoleos levantados a dictadores. Tienen razón, aunque me permitiré precisar que la excepción española no era mala históricamente. Ocurre que Alemania o Italia, por ejemplo, perdieron una guerra y sus responsables fueron juzgados convenientemente tiempo después. En España no ocurrió así. El dictador murió en la cama y siempre digo que parte de esta memoria histórica que suscitó Zapatero viene de la mala conciencia de la izquierda de no haber podido evitarlo. La cuestión es que Franco fue enterrado con honores de Estado porque era jefe de Estado. Y, aunque mi admirado Julián Casanova lo cuestiona, el sitio fue elegido por Carlos Arias, el entonces presidente del Gobierno, y el Rey Juan Carlos, entonces príncipe y sucesor a título de monarca nombrado por el propio Franco. Eso al menos sostiene Victoria Prego en la magnífica serie La Transición que elaboró hace unos años y que debiera ser de obligada proyección en todos los colegios de España y, por supuesto, facultades de Periodismo. La excepcionalidad española con los restos del dictador viene, por tanto, de la propia Transición, la obra más acabada y cerrada de nuestra historia política reciente y que es estudiada con admiración en todas las universidades del mundo. El paso de la dictadura a la democracia en España se hizo sin revolución alguna – eso no quiere decir que no existiera violencia como la terrorista-, pero fue el fruto de un acuerdo tácito y expreso entre las llamadas dos Españas, que alumbraron una Tercera. Eso se erigió políticamente con una arquitectura levantada por Torcuato Fernández Miranda, cuya obsesión principal era pasar de la ley a la ley. Reforma y no revolución, que fue la sabia decisión que adoptó el pueblo español. Eso incluyó algún peaje como el mausoleo franquista, al que hoy pone fin la democracia. No creo que fuera especialmente oportuno remover los huesos de un muerto, de cuya figura ya se ocupa la Historia. Malévolamente pienso qué pasará por la cabeza de algunos protagonistas de la Historia todavía vivos, si sus luces podrán más que sus sombras y no colegirán destino parecido. Porque, a lo visto, no habrá nunca paz eterna para los malvados en este país. Aunque, según qué malvados, claro.