Con las miradas de todo el mundo puestas en Roma, las calles de la Ciudad Eterna testimoniaron ayer el enorme cariño popular que despertaba la figura del Papa Francisco. Antes de que los restos de este mensajero de esperanza reposasen ya para siempre en la Basílica de Santa María la Mayor, decenas de miles de personas (más de 400.000) acompañaron el féretro bajo el sol primaveral, entre aplausos, vítores, lanzamiento de rosas blancas y pancartas en las que podía leerse «Grazie» (Gracias) o algo más personal «Grazie, Francisco».
El ataúd del Santo Padre viajó en un vehículo abierto para permitir a los fieles verlo y testimoniarle todo su cariño. A su paso por las vías romanas, los ciudadanos rompieron a aplaudir entre exclamaciones de «¡Viva el Papa!».
Pero el fervor no se extinguió después de que sus restos fuesen enterrados en Santa María. Apenas había concluido el funeral cuando una inmensa pancarta apareció en San Pedro del Vaticano con el texto «Adiós, Padre», unas palabras que recogían con precisión el sentimiento reinante en la plaza: los católicos lloran no solo a un Papa, sino a un pastor.
La plaza frente a la basílica de San Pedro y las calles colindantes rebosaron desde la madrugada de fieles que quisieron dar en persona su último adiós a un Pontífice muy apreciado por su humanidad.
En algunos rostros no era difícil percibir los estragos de muy pocas horas de sueño, especialmente entre quienes hicieron noche junto a la plaza o se levantaron muy temprano (o no durmieron) para conseguir un lugar privilegiado en una liturgia que ayer siguió el mundo entero.
Mientras en el interior del templo el poder mundial allí concentrado dejaba a la geopolítica en un segundo plano, en el exterior se desplegaba toda la pompa vaticana para una de sus grandes ocasiones. No es vano, desde hace justo dos décadas no moría un Pontífice reinante, por lo que para muchos de los presentes, entre los que había un gran número de jóvenes y de mujeres, se trataba de la primera vez que vivían algo similar.
Si Roma fue su hogar de adopción, en Argentina, su patria, también se le rindió un cálido y emotivo tributo. Miles de personas asistieron a la misa exequial celebrada desde las puertas de la catedral de Buenos Aires en su honor oficiada por el arzobispo Jorge García Cueva, quien llamó a «completar como Iglesia y sociedad» el legado del Sumo Pontífice.