En realidad, solo unos pocos han visto al tiburón en Chatham, pero cualquier habitante de esta pequeña localidad estadounidense conoce alguna historia sobre él. «Hace no mucho, uno apareció aquí, en el puerto», cuenta la propietaria de una tienda de dulces en la calle mayor, refiriéndose al tiburón blanco, el rey de la especie. «Los pescadores dicen cada tanto que han visto uno», afirma Amy Tagliaferri, responsable de la sección de anuncios en el diario local Cape Cod Chronicle. En Chatham, el escualo es omnipresente.
Esta población de unos 6.000 habitantes, que en verano puede llegar hasta los 30.000, se sitúa justo en el codo de la península con forma de brazo de Cape Cod, en la costa este de Massachusetts. Goza de amplias playas y tradicionales casas de madera, y por las tardes, el sol tiñe el paisaje de esa luz dorada que antaño fascinó al pintor Edward Hopper. Sin embargo, Chatham no destacaría entre el resto de localidades de Cape Cod si no fuera por este tipo de pez y el éxito de Tiburón, el clásico de Steven Spielberg de cuyo estreno se cumplen hoy 40 años.
El de Ohio filmó en aquel entonces a apenas unos kilómetros de allí, en la isla Martha's Vineyard. Fue un trabajo caótico, el doble de caro y el triple de largo de lo que estaba previsto, pero el filme marcó un hito en el género y cambió para siempre la imagen de los escualos. En tiempos en los que los efectos especiales digitales aún no habían nacido, se utilizaron tres réplicas de tiburón a tamaño real y con accionamiento neumático que no cesó de dar problemas. Hasta tal punto que el equipo bautizó la película como Flaws (defectos), como un juego de palabras con el original Jaws.
Sin embargo, Tiburón resultó un rotundo éxito, con tres Oscar, unas ventas millonarias y varias secuelas. A día de hoy, este clásico del cine sigue considerándose vara de medir entre las películas de terror y pionero de los blockbuster de verano. Pero, además, la película no solo sacudió el panorama cinematográfico de los 70, sino que también fue determinante en la imagen que se tenía sobre estos animales.
«Antes de Tiburón todo el mundo sabía que viven en el mar, pero a la gente no le daba miedo nadar en la piscina o darse un baño en el océano», cuenta Andy Casagrande, especialista en escualos. La empleada en el diario local Tagliaferri, que se mudó a Chatham en los 70, indica que «desde entonces, cada vez que voy al mar, escucho esa terrible música», reconoce.
En aquel entonces, nadie hablaba de tiburones en Chatham. Durante décadas no se había visto ante las costas de Cape Cod ningún tiburón blanco que midiera unos cuatro metros y pesara más de 1.000 kilos. «Después, hace unos 10 años, encontramos en la playa restos de focas despedazadas», cuenta el investigador Greg Skomal. Pronto tuvo claro lo que aquello significaba: los tiburones blancos habían vuelto, y cada vez se encontrarían más restos de estos mamíferos en la arena. «Para el tiburón blanco, las focas son snacks».
‘Boom’ turístico. En 2009, Skomal vio el primer tiburón blanco en Chatham, y en los últimos años él y su equipo han logrado identificar hasta 68 ejemplares. Al principio, las noticias causaban revuelo entre la población.
Después, la dueña de una compañía de barcos empezó a organizar excursiones para ver focas. «A la gente le encantaba, porque son tan cucas», recuerda. Pero pronto se dio cuenta de que la mayoría de sus clientes se unían a las excursiones con el objetivo de contemplar un ataque de tiburón blanco.
Desde entonces, el negocio de los estos peces va viento en popa. Los colegios tienen escualos como mascota y en los pequeños comercios se ofrecen todo tipo de recuerdos -desde ropa y gorras a peluches, imanes, mochilas, tablas de sur, llaverso o tazas- con el tiburón como gran protagonista.
En la tienda de dulces Chatham Candy Manor se ofrecen bolsitas con tiburones de gominola a tres dólares, chupa-chups de tiburón a dos o escualos de chocolate a tres.
En el Orpheum Theatre, el cine local, cuelga el famoso cartel del filme con un animal de aterradores dientes acechando a una bañista. Los veranos se proyectan tres sesiones al día de la película, y a menudo las salas se llenan, cuenta el propietario. «Hay gente que después de verla ni siquiera se atreve a bañarse», indica.
Los turistas también pueden conocer más sobre estos animales en el Atlantic White Shark Conservancy, un centro de investigación que abrió sus puertas en 2012. «Al principio, no quería que tuviera relación con la película», explica su presidenta, Cynthia Wigren. «Pero después me quedó claro cuánta gente adora los tiburones». Antes de que termine 2015, Chatham tendrá también un museo dedicado a este pez.
Con todo, la floreciente estrategia turística de Chatham -que ha sabido aprovechar el tirón mucho más que sus localidades vecinas- no está exenta de riesgos. «Todo el tiempo cruzamos los dedos para que no pase nada. Con que un tiburón atacara, todo podría esfumarse de golpe», afirma Tagliaferri. En Truro, 40 kilómetros al norte, uno agredió a un hombre, que sobrevivió, y ese es el único caso conocido en Cape Cod en los últimos 80 años.