El Consejo Regulador de la Denominación de Origen la Mancha dio el martes por la tarde sus premios anuales en Ciudad Real a aquellas personas o instituciones que destacaron por la promoción y el servicio de sus vinos. Fue un acto hermoso desarrollado en el Antiguo Casino de la capital, donde se hermanaron diferentes disciplinas de la cultura, el arte y la restauración. Mientras asistía al evento, pensaba que el Consejo también es otro de los órganos que crea región en esta comunidad autónoma, pues si no, uno de Los Hinojosos en Cuenca quizá no hubiese venido a Ciudad Real nunca una tarde de octubre. Así ocurrió en otras ocasiones cuando los premios se celebraron en San Clemente o Tomelloso, las dos últimas ediciones. El Consejo Regulador crea pálpito, sentimiento y pasión en torno a lo que más nos gusta y define como pueblo, el vino. En realidad, si uno lo piensa, España se formó en torno al vino y se hizo provincia romana determinante por su producción y comercio en el Mediterráneo. El famoso garum romano apenas podía pasar del esófago si no era regado con los vinos que venían de Hispania y eran llevados en ánforas. Dicen incluso que hay una colina romana que toma el nombre de los restos de aquellas piezas artesanas que se rompían en cuanto Baco actuaba sin remisión.
Lo cierto es que el vino es sangre de Cristo o viceversa. Y, a partir de ahí, nace una civilización que corre por las venas y conforma y configura un continente, un mar, una nación. España es la nación más vieja de Europa porque pronto se hizo fuerte con el vino y la batalla. Entre montañas, tierras de conquista y otros frentes abiertos, el hombre que planta la vid se hace sabio, inteligente y le come la tostada al vecino. Qué otra cosa podía ser España si no país y reino con autonomía propia, si los Pirineos nos separaban de Francia. Y, a partir de ahí, a conquistar y luchar contra las adversidades. Y el vino desempeña su papel de una manera eficaz, decisiva, determinante. Primero, porque nos convertimos en la bodega del Mediterráneo… Y luego, porque aprendimos de su vida, latido y ciclo. La uva marca el paso del hombre sedentario que quiere vivir del terreno y amarrarse a una frontera. Toda la Reconquista es la historia de una repoblación donde los cristianos recuerdan a sus antepasados y labran de nuevo la tierra como la vez primera. El vino acompaña a España de tal manera que habría que poner una copa en la bandera.
Los vinos de la Mancha son el sustrato, el sostén, la valía eterna de Castilla y sus instituciones, quienes dibujan España. No es que seamos la despensa del mundo, sino que la Mancha calza las alpargatas que soportan y recorren el país. Un vino, tabernero, es una joya y regalo del destino y a base de vino y rosas se repoblaron todos los caminos. Las ventas cogieron vida propia y Don Quijote la lio con los pellejos porque se les hacían más vivos que Pentapolín. El vino es baluarte de la vida, espejo del alma, caricia de la siembra. Quien no bebe vino no sabe lo que se está perdiendo y renuncia a los pinceles con que brillan los contornos. Una copa de vino en la Mancha es luz, blanca o tinta, que hiende los ventanales de la inteligencia. Dame vino y vengan flores, desde la cardencha al clavel, que yo tragaré sus espinas mientras lava la garganta el airén. Felicidades al Consejo una vez más, por haber hecho de la tierra la riqueza más viva en nuestra Naturaleza. No hay dicha más hermosa que vivir de lo que uno ama. ¡Viva el vino!