Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Ser temible

20/04/2021

Solo he asistido, en mi vida, a un mitin político. Yo tenía 20 años y a mi ciudad vino uno de los candidatos más relevantes de la campaña electoral en marcha. Un amigo y yo teníamos curiosidad por verlo en persona y, tras unos minutos escuchándole hablar y aguantar cómo le vitoreaban mis paisanos, nos fuimos. Ya teníamos claro a quien no votar. En ese momento me prometí no volver jamás a un acto de esos. Desde entonces, muchas son las elecciones celebradas y más aún los candidatos a concejales o diputados, de un sarao u otro, a los que he apoyado simplemente con mi voto. Durante muchísimos años tuve la sensación lógica de que, de todos los que ante mí se apostaban pidiendo mi apoyo, unos me gustaban más que otros. Así, decidía a quien dar mi voto y a qué otros, de poder hacerlo, les daría el bote. Unos se presentaban con ideas que me podían gustar más o menos, pero entendía que las planteasen desde sus puntos de vista. Cierto era que, como suele pasar en esos terrenos, farragosos a más, también yo era consciente de que del dicho al hecho siempre hay un tramo en el que todo puede cambiar, soliendo ocurrir esto dentro de lo razonable. A este respecto, recuerdo que tuve dos vivencias que no me agradaron, pero no me veía capaz actuar de otra forma. En ciertas elecciones municipales, había un candidato que sin lugar a dudas me parecía el mejor. Sin embargo, dada la morralla que le acompañaba en la lista, así como el logo bajo el que se presentaba, que dicho sea de paso no me ofrecía confianza alguna, decidí tirar hacia otros derroteros. Por otra parte, en un par de ocasiones me vi obligado, por coherencia y lealtad a mí mismo, a no votar a nadie. Unos no me parecían capaces de llevar las riendas de la carreta que pretendían conducir y los otros —sí, el asunto suele ser siempre cosa de dos, nos guste o no— estaban bajo el yugo de la sinvergonzonería y la inoperancia de bobos y tontos venidos a más dentro de su partido. Ahora es peor. Desde hace años hay algo que me desagrada, preocupa y altera. En escena ha aparecido un nuevo perfil de político, representado en grado máximo por el jefe de filas de uno de los grandes partidos, que me produce terror. Como nunca antes pasó, constato regularmente que si este sujeto hoy dice blanco, mañana dirá negro, que si asegura que irá hacia el norte, a este bribón lo veremos un segundo después caminar hacia el sur. Se trata de un tipo sin escrúpulos, con una capacidad para engañar simplemente proporcional a la incredulidad e ignorancia de aquellos que confían en él y a los que miente, no estando yo afortunadamente entre ellos. Es un ser que, al margen de aparentar albergar serios problemas de estabilidad emocional, acredita conductas palpables propias de un ególatra enfermizo, psicópata, de alguien que se considera superior no solamente para actuar, sino también para mirar, caminar, saludar, hablar o incluso ignorar. Y lo peor de todo es que mirando sus ojos, analizando sus gestos,… tengo la sensación de que no es buena persona, de que es mala gente y que valores que presiden su forma de actuar no son los propios de una sociedad moderna, proyectada hacia el futuro, que debiera estar ilusionada y no dividida merced al premeditado plan de este temible ser. Y lo peor es que suele conseguir lo que se propone. Me da miedo.