Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Enigmas

05/10/2021

Antes de morirme me gustaría ver hechos realidad algunos viejos sueños. Unos son viables, otros difíciles de conseguir y algunos más me gustaría que, aunque al menos a modo de alucinación no real, alguna vez yo al menos los imaginase como supuestamente hechos realidad. Muchos llevan conmigo desde mi más tierna infancia. Otros, con los años se han ido subiendo a la cresta de la ola de mis ilusiones y, aunque son viables, sé que requieren un esfuerzo y unas condiciones que no sé si alguna vez se podrán dar. Entre los ya inaccesibles, aunque posiblemente podrían ser en cierta medida realizables, está el de cabalgar en un caballo pío, uno de esos que sobre el blanco dominante de su piel aparecen salpicadas manchas de diversas tonalidades. Desde niño he asociado a ese tipo de equino como el más característico de los que montaban los indios norteamericanos. Pero mi sueño siempre iba a más. Durante décadas elucubré con escaparme a las praderas americanas, montar sin silla en uno de ellos, cabalgar libremente rodeado de otros muchos castaños, negros y alazanes, antes de llegar a un poblado sioux donde los viejos lobos de las praderas me contasen sus leyendas, me hablasen de sus dioses y compartiesen conmigo sus anhelos de paz y libertad. De vez en cuando intento, aunque sea tumbado en mi sofá, viajar hasta juntarme con ellos a través del visionado de una película, o viendo ilustraciones que recrean lo que de niño soñé, imaginándome siempre rodeado de quienes fuman la pipa de la paz. En otro apartado, en el de los sueños viables está el de pilotar una avioneta, hacer un camino de Santiago completo, yo solo y ligero de equipaje, o el de visitar los espacios más recónditos de países exóticos, adentrarme en lugares secretos de la naturaleza o hacer espeleobuceo, no sin antes empaparme de agua mientras el barranquismo o el rafting se constituyen en vías que me lleven a ello. Y es que eso de bañarme por bañarme, de meterme en una piscina o en una playa a modo de simple bañista, cada vez me da más repelús y frío, tanto emocional como físico y cerebral. Por último, mi mente también alberga deseos imposibles, esos que alejados de toda posibilidad, jamás veré hechos realidad. Además, cuando a mi mente viene alguno de ellos, no se me presentan como retos sino más bien como interrogantes existenciales sobre los que tiempo atrás intenté reflexionar dadas las enormes dificultades para vivirlos para, en cierta medida y tras solamente conseguir algún dolor de cabeza, llegar a la conclusión de que no siempre el raciocinio, el sentido común y la lógica son aliados del ser humano. Y que conste que de raíz descarto lo de ir a la luna o, por ser más moderno, a un exoplaneta a ver si puedo tomar unas cañas con algún colega de aquellas latitudes. Mis imposibles se formulan como: ¿Daré alguna vez la vuelta a la tierra andando? ¿Aprenderé a volar por mí mismo? ¿Alguna vez seremos capaces de elegir a los mejor preparados para que sean esos las riendas de la sociedad en lugar de ineptos e incapaces? Y, sobre todo, ¿alguna vez verán mis ojos que una consulta de un médico del sistema público de salud empiece a la hora prevista y no hora y media más tarde de lo programado como me pasó la semana pasada? Las respuestas no las encontraré ni en Cuarto Milenio.