Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


A dos velas

19/04/2022

Conocida es la historia del asno, llamado «de Buridan», que alude a las mil cábalas que debió hacerse un pobre burro antes de morir de inanición. Cuentan que la triste bestia, puesta frente a dos sacos de heno, supuestamente iguales, en lugar de lanzarse a uno de ellos, sin mayor objetivo que el de saciar su hambre, empezó a hacer disquisiciones entre los pros y contras de hincarle el diente a uno antes que al otro. Por cierto, se recomienda leer en sentido figurado lo de clavar el incisivo, ¡que algunos seguro que dejan al burro en mantillas decidiendo quién es racional y quién no! El caso es que al borrico se le fue el tiempo en salves y, entre una disquisición y otra, el estómago se le cerró, la sangre dejó de circular por sus venas y estiró la pata sin probar bocado. Otros, puestos a rizar el rizo de la cientificidad popular del hecho en cuestión, dicen que no fue esa la duda existencial que llevó al animalico en cuestión al muladar. Así, afirman que su debate interior se centró en si saciar antes el hambre que la sed… o al revés, ya que lo que ante el había, según dicen estos, era un cubo de agua fresca y cristalina junto a un montón de envidiable avena. Sin embargo, y al margen de esas dos visiones que el saber del pueblo custodia en relación a una misma supuesta historia, muchos son los que sí reconocen en su entorno a personas que, antes de tomar una decisión, ya no es que se ahoguen sino que, incluso, ahogan a los que tienen cerca. Por otra parte, cierto es que todos pasamos por ese tipo de situaciones con alguna regularidad. Cuántos conocidos tenemos que, brillantes en su profesión, triunfadores en su acontecer diario, sin embargo meten la pata repetidamente en su vida emocional confundiéndose y confundiendo a los demás. Los tiempos actuales nos han traído, como referencia incuestionable por la que vivir y pelear, la libertad. Pero, curiosamente, cuantas más posibilidades tenemos para elegir, más las hay también para errar el tiro y luego lamentarse de no haber escogido bien. Personalmente, una de las cosas que más detesto de mi tiempo de ocio o gandulería, ese que aunque corto y escaso demanda en mí tirarme en el sofá y encender la televisión, es decidir qué veo en ella. Entre los más de 200 canales que hay, las 3 o 4 plataformas que tengo y los centenares de películas o series que cada una de ellas ofrece, hay veces que han transcurrido tres cuartos de hora, que he consultado las sinopsis de 20 o 30 películas y que no me he decidido por ninguna. Y lo que ya me desespera es si esta decisión ha de ser adoptada en pareja. Si uno no se pone de acuerdo consigo mismo, cómo hacerlo con otra persona. Por ello, lo que más frecuentemente se da en esos casos es que, o me dejo llevar por lo que me proponen, peregrinando posteriormente a la cama si es que no me termina de enganchar lo que vemos, o bien oriento mis pasos directamente hacia el catre. Por eso, no seré yo quien, comparándome con el burro que inspiraba estas letras, tenga dudas sobre el poseedor de los mayores niveles de irracionalidad. Tengo mis dudas sobre si ocurrió o no lo del burro, pues dudo mucho que fuese tan tonto como lo pinta la historia. Pero lo que sí tengo claro es que el 90 % de las veces me quedo a dos velas cuando de ver algo en la televisión se trata.