Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Pasión

04/02/2020

La irreverencia mata. Al menos eso dicen los que, libres de complejos y ataduras, se manifiestan sin tener que quitarse las mordazas. Quizá también la osadía mal administrada provoque el suicidio moral más irreconciliable con la propia dignidad. ¿Y las modas? Éstas son, a juicio de muchos equilibrados, el ejemplo más fértil y frágil de la más torpe falta de convicciones propias aunque a veces haya que subirse a sus carros para demostrar, a quienes no son capaces de discernir entre lo malo y lo peor, que sus criterios son insolventes, al menos aparentemente. Viajemos en el tiempo; en mi propio tiempo. La moda, mediada la década de los 80 del siglo XX, era acreditar que una decisión, de entre dos posibles opciones, era la única acertada, la más progre, la más moderna. Lo de menos es de qué iba el asunto. Mi convicción era radicalmente la contraria a la de aquella moda. Es más, mis vivencias me dictaban a todas luces lo opuesto de lo que ésta marcaba entonces. Pero había que marcar estilo. Ante cinco catedráticos, que me doblaban la edad casi un par de veces, defendí aquello en lo que yo no creía habiendo optado, sin embargo, por izar banderas ajenas como si fuesen propias. Uno de ellos no se pudo contener; sus 30 años de experiencia le decían que mi opción no era la acertada. Mi osadía me llevó a contraponer dichas décadas con mis tan sólo 8 meses de recorrido profesional. Él se desquició ante argumentos basados en sólidos estudios con los que yo no comulgaba pero que sí adoptaba como propios, fervorosa y pasionalmente. Sus iracundas contestaciones, que en el fondo yo compartía, chocaban con mis serenas reflexiones y unas sonrisitas de sus compañeros de tribunal que él, afortunadamente, no llegó a ver… pero yo sí, lo que me animó a acrecentar mi pasión en la línea defensiva elegida. Él se exaltó, los otros se aliaron y yo conseguí mi plaza. Cuestión de visión y pasión.