Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Sermón

29/10/2019

Seré de la vieja escuela. De hecho, muchos me miran de reojo cuando digo que, para conseguir el éxito, es imprescindible el esfuerzo de calidad. Y esos que me miran reticentes no suelen precisamente ser los jóvenes. A ellos, mis soliloquios les entran por un oído y les salen por los dos. Son peores sus padres, esos que interiormente sé que se sienten cuestionados como educadores cuando defiendo a ultranza mis convicciones. ¿Y si resulta que tengo algo de razón? Menudo cargo de conciencia. Algunos de mis alumnos no se caracterizan por estudiar demasiado. Sin embargo, sí que son hábiles para intentar despistarme. Hace tiempo descubrí que muchos memorizaban el orden alfabético de los alumnos intuyendo así qué ejercicio, de los encargados, les tocaría. Solo estudiaban uno, y no quince, haciendo bien el que les tocaba. Descubierto el pastel, suelo cambiar regularmente el criterio para ordenarlos (por el segundo apellido, por el nombre…) proyectando terror sus caras al comprobar que tras Pepito va Juanito y no a Futanito, como ocurría la semana anterior. Luego optaron por ofrecerse voluntarios para hacer ejercicios concretos. Llegado el 27, por ejemplo, Menganita levantaba la mano. Yo me sorprendía de que esta niña hubiese estudiado ese día, al no hacerlo nunca. Descubierto el nuevo truco (estudiaban uno solo, se ofrecían voluntarios y así «evitaban» que les preguntase uno de los no estudiados), opté por aceptar sus ofrecimientos y, en el mismo lote, incluir además otro ejercicio. Nuevo chasco para las pobres víctimas. Intuyo que ya deben estar buscando otra opción para sobrevivir. De momento, ayer mismo dos alumnas optaron por la sinceridad. Una me dijo que ella no estudia nunca y la otra que lo hace siete minutos a la semana. Qué cara se me puso. Incluso renuncié a soltarles nuevamente el oportuno y procedente sermón.