Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Antifaz

15/01/2024

Acaba de concluir el concierto. Una vez más he tenido la oportunidad de asistir, en el precioso auditorio de uno de los centros de educación musical de mayor relevancia y nivel interpretativo de nuestro país, si no es el que más, a un recital realmente deslumbrante… al menos aparentemente. Sin embargo, salgo frío de él, emocional y profesionalmente hablando. De hecho, esa falta de emoción, unida a otras cuestiones menores, me ha empujado a marcharme en el descanso. Eso sí, lo hago tarareando y disfrutando con el recuerdo que me produce la última composición escuchada, una gran e inmortal obra de arte.

Durante la hora de concierto vivida he sentido sensaciones contradictorias. El hecho de escuchar a tres violinistas con una técnica impecable, a pesar de la tierna edad de las dos primeras (12 y 14 años, respectivamente), ha sido deslumbrante. Dado que se trata de un centro de alto rendimiento, solo para alumnos excepcionales, es posible ese tipo de lujos artísticos. Oír al 3º, de 20 años de edad, ha sido un regalo difícilmente mejorable. Además, ha rizado el rizo el hecho de poder gozar de partituras magistrales de la literatura violinística. Sin embargo, la sensación gozosa por mí experimentada no ha sido, al menos aparentemente y ni de lejos, la que ellos deberían haber sentido como verdaderos protagonistas de la sesión. De hecho, las dos primeras parecían, mientras tocaban, dos personas frías, con la mirada perdida y ajena al goce que ellas mismas producían. Solamente han dado muestras de vida una vez que han acabado; entonces, han sonreído a sus familiares presentes en la sala. El tercero ha actuado al revés. Un poco más maduro, durante la interpretación ha estado haciendo gestos claramente interiorizados, sobreactuando, mientras que ha mantenido una inexpresión inconcebible a su término, como si estuviese por encima del bien y del mal. ¿Me debe consolar que esto sea cada vez más habitual en el mundo de la música, que cada vez una mayor técnica vaya unida a una menor expresividad? Claramente a mí no me convence y además no lo entiendo. Me parece surrealista. Hablamos de arte, de goce, de pasión.

Al término he decidido lo que haré la próxima vez que sospeche que puedo vivir algo parecido: cerraré los ojos para así disfrutar sin dejar que mi cerebro se vea condicionado por lo que veo. O mejor aún: me pondré un antifaz.